La acción del analista
La actividad fue convocada por los CID y Delegaciones de la Región y organizada por el CID Pergamino y fue declarada de Interés Municipal y auspiciada por el Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires, Distrito IV.
La actividad concluyó con una Mesa de Conversación entre el psicoanalista Daniel Millas y la escritora pergaminense “Camucha” Escobar.
El tema que convoca estas Jornadas es “La acción del analista”. Accionar que va más allá de los consultorios, es el analista conectado con su época, su tiempo, su ciudad, sus instituciones. La acción analítica es la respuesta en acto a las nuevas problemáticas que se dan en los distintos campos: sociales, comunicación, jurídicos, educativos, de la salud, ante los cambios vertiginosos que nuestra época ha ido sufriendo y nos confronta; empujándonos día a día a pensar y elaborar nuevas presencias y acciones. En nuestro mundo que ha cambiado, con una constante búsqueda de nuevas satisfacciones, que parecen nunca alcanzarse, y donde la influencia de las nuevas tecnologías, especialmente en el campo de las ciencias y las comunicaciones, es cada vez mayor. Ante estas cuestiones, el psicoanálisis de la Orientación Lacaniana, se despega de las generalizaciones, de la receta, del “para todos igual”, para ir a la singularidad del “caso por caso”, “del uno por uno”. Y poder allí hacer con el goce singular que habita en cada quien. Goce que no sólo supone satisfacción, orden del placer, sino también dolor, sufrimiento, en la búsqueda del mismo. Creyendo en la existencia de un ideal de felicidad, en muchos casos hasta asegurado, y que por fin se logrará. Desalojando, casi como imposible, la ubicación de “un saber hacer allí”, en cada momento, “con lo que hay”, “con lo que cada uno puede o decide”, camino que de lograrse o vislumbrarse posible, supondrá quizás menos padeceres.
Palabras en sombras
Por: Daniel Millas
En el boletín Percantum N° 3, leí que una de las versiones, ya que hay varias, sobre la procedencia del nombre Pergamino, vincula lo que fue una zona de Posta con el encuentro de un tesoro escondido hallado a través de un pergamino. Por otra parte, es en Pergamino donde Camucha Escobar sitúa, en un contexto histórico determinado, a los personajes protagónicos de su novela “Tierra en sombras”.
La historia toma entonces un lugar propio en este encuentro que nos ha propuesto la comisión organizadora de las jornadas, y debo decir que me alcanza muy especialmente porque Pergamino también forma parte de mi propia historia. Mis abuelos paternos llegaron a esta ciudad desde España a comienzos del siglo pasado. Mi padre nació aquí y durante mi infancia solía pasar parte del verano en la casa de estos queridos abuelos. Tengo entonces muchos recuerdos de aquella época y hoy, por esas contingencias de la vida, “la acción analítica”, me trae una vez más a esta ciudad.
La historia entonces.
Comencemos por decir que si alguien viene a vernos es porque sufre por algo que desconoce y que no logra asimilar a la historia que se cuenta. Un sufrimiento injustificable que altera el relato en el que habita. Viene a buscar la pieza que falta creyendo que se encuentra oculta en algún pliegue de su historia. Suposición que activa el misterio y llama al desciframiento introduciendo una temporalidad de espera. La interpretación analítica se sirve de esta creencia, pero no tiene como mira completar la historia. Tampoco apunta a dirimir su veracidad, y si bien opera para producir un desenlace, no se llegará al final por la revelación de una verdad definitiva. La interpretación entonces es esperada, sin embargo cae de sorpresa, transformando la expectativa en urgencia. No está hecha para ser comprendida ni va escandiendo la historia como una novela por entregas, pero genera un suspenso y causa un decir. La interpretación analítica es incomprensible, lo cual es una cuestión bastante difícil de comprender.
La cuestión fundamental de la operación analítica concierne a cómo tratar con la palabra, aquello que la desborda.
El tratamiento por la palabra, de lo que escapa a su captura, es algo que tienen en común la literatura y el psicoanálisis.
Tanto Freud como Lacan dan testimonio del aporte que han encontrado en la literatura para el desarrollo de sus conceptualizaciones. No se trata entonces del psicoanálisis aplicado a la literatura, sino de lo que la literatura aporta al psicoanálisis.
La novedad que introduce Freud la constituye el modo de escribir los casos clínicos. Pone de manifiesto una novela de los sufrimientos, jalonada por enigmas que deben ser descifrados en una diversidad de narraciones posibles. Hay que reconocer además una correspondencia temporal con la creación por parte de Arthur Conan Doyle del personaje de Sherlock Holmes y el surgimiento contemporáneo de la novela policial.
Por mi parte puedo decir que en la adolescencia leí los primeros textos de Freud sobre la histeria, como si se tratara de una novela de suspenso. Necesité tiempo para que el psicoanálisis dejara de ser literatura. Dejó de serlo, y ese fue todo un acontecimiento, cuando comenzó mi práctica.
Un acontecimiento, sea el que sea, tiene consecuencias. Deja marcas que alojan lo indecible de su emergencia. Es precisamente aquello que la historia tiende a absorber en el sentido. Por eso pueden surgir versiones diferentes de un mismo acontecimiento. Sin embargo todas esas versiones fallan en su captura. Son marcas que no por ocultas son menos activas, ya que retornan con insistencia sin encontrar nunca su lugar en el relato. Retornan, como señala Lacan con una bella metáfora, como “una puntuación sin texto”.
La práctica entonces.
Un año antes de recibirme, empecé a concurrir a un servicio del hospital Borda y allí tuve mi primer encuentro con la clínica. Me disponía entusiasmado a recibir los primeros pacientes y comenzar a utilizar mis profundos conocimientos psicoanalíticos. Así recibí a mi primer paciente. No se trató de una joven bella, suspicaz y sensiblemente histérica como en aquellos casos que había estudiado. Sino de un hombre inexpresivo, rígido, con cicatrices en las muñecas por sucesivos intentos de suicidio y decididamente esquizofrénico. Se sentó silencioso frente a mí, me miró fijamente y no respondió a ninguna de mis interesantes preguntas. De manera que hablé yo solo de lo que pude y finalmente lo despedí desconcertado.
Allí me di cuenta que lo que había estudiado y creía saber no me servía para mucho y que en ese momento estaba irremediablemente solo. No se trataba simplemente de saber más. Se trataba de otra cosa.
Digamos que lo que experimenté intensamente en esa ocasión fue la hendidura que separa la teoría y la práctica. Supe a partir de ese día que en la práctica se toman decisiones. Que una interpretación es una decisión y que cada vez se corre un riesgo que hay que afrontar.
Eso se nota especialmente en los casos difíciles. En aquellos en los que nos damos cuenta de la fragilidad de la palabra, de sus límites, de sus alcances inciertos. Los he vivido de diferentes maneras, pero podría destacar dos formas extremas. La angustia, en alguna oportunidad en la que había un riesgo importante de pasaje al acto suicida, y el aburrimiento, en casos en los que parecía que nada podía hacer cambiar una inercia con forma de queja monocorde.
Digamos que estos fueron los primeros afectos con los que experimenté la soledad del acto y con el tiempo aprendí a hacer con ellos, a tomarlos como señales que me indican que es necesario rectificar algo de mi posición en la cura.
Pero no son los únicos. Hay otras modalidades más cotidianas, menos agitadas. Por ejemplo, la particular experiencia que supone el manejo del tiempo. No me refiero solamente al corte de la sesión, sino al momento de intervenir. Ya se trate de saber esperar, sin precipitarme cuando aún no están dadas las condiciones, o de dar lugar a una intervención inesperada que surgiendo sin ningún cálculo aparente produce un acontecimiento que marca un punto de viraje en la cura.
También cuando se trata de aceptar los límites de lo que puedo lograr cada vez, así como la especial satisfacción que obtengo cuando se producen en el analizante efectos que promueven un cambio importante en su posición subjetiva. Cuando algo pasa y constato que también hay una potencia en juego que puede cambiar mucho en la vida de alguien.
La relación con el acto analítico puedo enmarcarla entonces en estos límites, que a partir de la falla en el saber, se juegan entre la fragilidad y la potencia de la palabra. Es preciso diferenciar también dos momentos vinculados a la práctica analítica. El primero concierne al encuentro con la falla en el saber que determina la soledad del acto de interpretar. El segundo en cambio, introduce una nueva relación con el Otro. En tanto hay que hacerse responsable de las consecuencias del acto, es preciso realizar un trabajo de elaboración de saber que dé cuenta de esa experiencia. Si bien la soledad subjetiva no desaparece, ese trabajo no es solitario. Es exactamente allí donde se inscribe para mí la relación con la Escuela. Se trata de un trabajo de formación que no cesa y que resulta necesario para disponerse a ocupar el lugar que conviene en la práctica analítica. Es un lugar extraño, que no tiene representación en los discursos establecidos.
Lacan se dedicó a lo largo de toda su enseñanza a intentar cernirlo y en esta búsqueda, afirmó en uno de sus últimos seminarios, que lo propio de la interpretación analítica se especifica por ser poética. La poesía produce un efecto de sentido, pero genera a su vez un efecto de agujero, un vaciamiento semántico. Solo hay efecto poético a partir de un forzamiento, de una manipulación que se ejerce sobre el uso común y corriente de la lengua. Se trata de un uso particular del lenguaje que hace borde con lo real, razón por la cual podemos encontrar una equivalencia entre la operación analítica y la operación poética. Esto nos lleva a pensar la interpretación como un hacer. La palabra hacer, proviene del latín “facere” que significa ejecutar alguna cosa, realizar un acto. Quien hace es activo, fabrica, construye o crea. Es decir, que se trata del “saber hacer ahí” con la interpretación. Y así como hablamos del “saber hacer ahí” con el sinthome, por qué no hablar también de un “saber hacer ahí” con la acción analítica. Diría entonces para concluir, evocando el título de la novela de Camucha “Tierra en sombras”, que un análisis no produce poetas, pero deja captar el objeto sin nombre que se aloja entre las sombras de las palabras que nos determinan.








