Por Alejandra Rey | Especial para Más | Diario La Capital de Rosario |
Las escriben mujeres para otras mujeres, aunque ahora se estén sumando los hombres entre quienes las leen. Son historias que deben respetar ciertos cánones, como la inevitabilidad del final feliz. Lejos del prestigio literario, estos libros se han erigido sin embargo en un éxito comercial de dimensión impensada. Nada nuevo, si se recuerda a la legendaria Corín Tellado…
Durante muchos años, la rutina de la abogada Gloria Vodanovich fue más o menos así: por la mañana redactaba expedientes judiciales, apelando a ese lenguaje pagano que utilizan los leguleyos, en el que las oraciones nunca terminan (ni comienzan).
Por la tarde, ya sin el trajecito sastre imprescindible para patear Tribunales, se encerraba a leer novelas de amor o mejoraba sus propios originales, que se acumulaban y juntaban polvo porque nadie más que ella los leía: eran solo para sus ojos.
Por las noches solía reunirse con sus amigas, las Gauchas Románticas, una especie de club de lectoras del género que intercambiaban títulos, repasaban argumentos ya editados, charlaban de los títulos por venir y les hacían el aguante a las que venían del interior para el lanzamiento de una nueva obra: siempre eran las primeras.
Hasta que un día y gracias a esas compañías que la conectaron con una editora de Ramdom House Argentina, Gloria Vodanovich se convirtió en Gloria V. Casañas, sí, esa popularísima autora de novelas románticas que no se cansa de vender libros, que tiene trailers hot en youtube de sus mejores títulos, que comparte cartel con Stephen King —los edita el mismo sello— y que sigue dando clases de Derecho en la Universidad de Buenos Aires.
Casañas —es el apellido de su madre— junto a Florencia Bonelli, Florencia Canale, Camucha Escobar, Feranza Perez, Gabriela Exilart, Viviana Rivero o Graciela Ramos —por nombrar solo a algunas— son las máximas exponentes de la novela romántica vernácula, un género que bate récords de ventas, que engrosa las arcas de las editoriales con números secretos y enormes y que satisface plenamente la demanda de un público sin edad, género ni clase social, que solo busca vivir la pasión aunque sea a través de sus héroes y heroínas.
Aahhh, el amor
Todas estas son mujeres fuertes, que se la bancan —como sus heroínas en la ficción—, que hacen oídos sordos a esas críticas que las acusan de coleccionar lugares comunes y adjetivos melosos y que, en cambio, trabajan a destajo buceando en la historia del país para enmarcar una nueva obra.
Estas autoras, cuyos rostros solo se ven en las solapas de los libros pero jamás en televisión, prefieren mantener en secreto su vida privada. Saben que son la clave de un fenómeno editorial que se mantiene en el tiempo con un enorme caudal de ganancias y que, si bien ya tiene entidad nacional, no es autóctono: comenzó casi simultáneamente en España y los Estados Unidos hace más de tres décadas y arrasó con la literatura convencional.
Y tan populares son que en el país de William Faulkner, por ejemplo, los modelos masculinos de las portadas llegan a ser tan exitosos que suelen recorrer el país mostrando sus torsos desnudos y depilados ante lascivas miradas. Y les pagan fortunas.
Y hay más: según publicó el diario El País en su momento, en España este género acapara el 6% de todo el mercado editorial y se llegan a editar más de veinte novelas por mes con tiradas que superan los siete mil ejemplares como para empezar a tantear. Ni hablar de las ganancias.
¿Y por qué? «Desde mi punto de vista —dice Camucha Escobar, autora entre otras de Tierra de sombras, publicada por Plaza & Janés— son varios los factores. Que una mujer escriba para otra hace que el papel femenino comience a ocupar un rol protagónico intenso y necesario. También creo que desde la ficción romántica uno puede contar hechos de nuestra historia de una forma más llevadera y amena. Este género conlleva un poco de todo: amor, acción, intriga, suspenso, historia y por supuesto un final feliz, donde los protagonistas deberán sortear escollos profundos para concretar su amor».
Porque, ¡cuidado!: el final feliz es justamente uno de los requisitos imprescindibles para que una novela romántica sea eso y no cualquier otro libelo.
Y hay más. Florencia Canale —la autora de Pasión y traición, editada por Planeta— dice: «No sé si hay pautas establecidas para escribir. Yo tengo las mías, que son intentar mantener un lenguaje que no pertenezca a la actualidad y reponer lo más al pie de la letra la topografía, costumbres, jergas y demás. En mis novelas tiene que haber vínculos apasionados, poder, personajes femeninos interesantes y personajes masculinos célebres, por ejemplo».
Y claro, a esta altura de la soirée usted se preguntará qué más tiene que tener una novela romántica para que se la considere como tal y que no se confunda con Orgullo y prejuicio de Jane Austen, por ejemplo ¿O es lo mismo?
Julieta Obedman es la directora editorial de Suma de Letra y editora de Florencia Bonelli, quizá la autora romántica que más libros vende. Y responde: «Las reglas del género son claras, aunque no todas las autoras sean igual de estrictas. Fundamentalmente la novela romántica, además de final feliz, tiene que respetar a los protagonistas, esto es, no debe morir ninguno. Otra es que, al tratarse de amor verdadero, no se puede traicionar con otro amor, es decir, los amantes no pueden enamorarse de otro. Sí se admiten las dudas, tener sexo con otros/as, casarse, pero el amor está reservado para la otra mitad».
—¿Las lectoras siguen forrando los libros para que no se vea lo que están leyendo, como pasaba hasta hace poco tiempo?
—Creo que ya no hace falta, de hecho no hacemos más que ver lectoras en bares, plazas o transporte público leyendo libros de autoras románticas nacionales e internacionales, todos los días.
¿Se entiende por qué es un fenómeno? ¿Se comprende por dónde pasa el boom? ¿No? Bueno, hay más datos. La novela romántica es uno de los géneros con mayor fidelidad por parte de los lectores. Tiene en la Argentina ediciones con un piso promedio de cuatro mil ejemplares que se venden en forma casi inmediata, un boca a boca tan extendido que las editoriales ni siquiera tienen que preocuparse por la publicidad, tan necesaria para otros títulos. Son obras que garantizan erotismo de alto voltaje, histeria derrochada y todas las frases que el amor bizarro, puro, sensual, sexual, formal o clandestino puede entregar.
Resumiendo, en este género, frases como «amar es nunca tener que decir perdón» —ver Love Story— son la norma y no la excepción.
Y, como se trata de un fenómeno que crece, ya está dividido en varios subgéneros que también hacen furor: histórico romántico, contemporáneo, paranormal, time travel, chick lit (El diario de Bridget Jones, Helen Fielding, por caso), vampírico, medieval, del Lejano Oeste y con indios, aunque en la Argentina las gestas históricas son las que más pegan.
Y pegan porque gustan, pero también les «pegan» a las escritoras, a quienes denuestan por kitsch, cuando no berretas. Y así lo explica Fernanda Pérez, novelista cordobesa, autora de Las maldecidas, El Emporio Ediciones. «La literatura no es más que un reflejo de la vida, y en nuestra vida el amor ocupa siempre un lugar relevante. Hay muchas autoras latinoamericanas que trabajan en torno de esta línea, como Ángeles Mastretta, Gioconda Belli o Isabel Allende por nombrar solo algunas, pero acá los críticos y los círculos intelectuales suelen ser muy despectivos con el género. Seguramente habrá novelas histórico-románticas que no son tan buenas o que directamente son malas, pero hay que admitir que dentro del género también hay autores y autoras excelentes».
Un paréntesis merece el tipo de mujeres que encaran estas historias dentro del contexto histórico. Porque a pesar de haber nacido en las colonias españolas entre avatares independentistas, amores contrariados, diferencias de clases sociales y otros souvenires necesarios, ellas son batalladoras, nada sumisas, contestatarias, bellas, arropadas con largos vestidos y miriñaques, pero a las que no se les mueve un pelo cuando tienen que montar algún alazán para ir a buscar a «su» hombre —negros, indios, esclavos, curas— y caer desmayadas: al lado de estas protagonistas, la Pasionaria es Blanca Nieves.
Por eso venden. Y si no, que lo diga Mercedes Güiraldes, editora de Random House. «Lo que pasa con este género es muy particular porque el grueso de la promoción de las novelas se hace por las redes sociales a través de las páginas web de las autoras y de la propia editorial. En cuanto al porcentaje de ganancia, la verdad es que no tengo números en la cabeza, pero manejamos autoras que venden hasta medio millón de libros».
—¿Las editoriales encargan trabajos a escritoras fantasma para tener más títulos taquilleros en el mercado o no hace falta?
—No encargamos, pero sí hacemos lo que llamamos política de autor, es decir, que sostenemos la publicación de una autora determinada cantidad de tiempo.
Ellos también creen en el amor
Llegados a este punto es menester preguntarse si las mujeres que compran estos libros con tapas multicolores, besos salivosos y brazos masculinos muy trabajados tienen el mismo prurito de hace quince años, cuando se empeñaban en esconder los libros por vergüenza. Por entonces, siempre había alguien que les preguntaba: «¿Eso es literatura?», o «¿por qué no probás con Cortázar?».
Y la respuesta es no, ya no: ellas están orgullosas de amar el género que tantas alegrías literarias e históricas les depara.
A través de las más de quinientas páginas que suelen tener, las lectoras no solo sufren, aman, lagrimean y pasan por todos los estados de ánimo, sino que también aprenden parte de la historia argentina y de sus próceres.
Y justamente quizá por eso es que los hombres, si bien no son multitud, han abrazado la novela romántica como material de lectura.
La cordobesa Graciela Ramos, autora de Los amantes de San Telmo (Suma), cuenta que en las colas de lectores que esperan para la firma de un ejemplar, también hay hombres. «Los lectores del género han logrado que se los respete y me refiero a mujeres, pero también a hombres y adolescentes. Una vez recibí un mail de un estudiante de 23 años de Río Cuarto que había leído mi libro y que me relató todo lo que le pasaba: terminé llorando, precioso. Hoy los lectores llevan la bandera del éxito de la novela. Y aplaudo que así sea», finaliza.
Por las góndolas
Las novelas románticas tienen bocas de expendio que Borges ni siquiera conoció y que Oscar Wilde hubiera detestado. Las góndolas de los supermercados, kioscos de diario y aeropuertos son lugares inmejorables y que les garantizan a las autoras y a la editorial muchas ganancias.
Para eso, y siguiendo la línea inaugurada por los norteamericanos cuando lanzaron al mercado a Nora Roberts, la princesa del género —Corín Tellado sigue siendo la reina indiscutible—, las tapas son tan calientes, tan salpicadas de dorado, tan con títulos sugestivos y letras artísticas y eróticas que invitan a pagar los más de trescientos o cuatrocientos pesos que cuestan.
Eso sí, como nadie come vidrio, para que estos libros se vendan tienen que cumplir con lo que se espera del género y Gabriela Exilart, marplatense, abogada, docente universitaria y autora de Tormentas del pasado (Debolsillo), no ignora. «Hay normas, aunque a mí me gusta transgredir un poco. En Tormentas… la protagonista se sale completamente del estereotipo porque comienza presa por haber asesinado a un hombre. Trato de que mis personajes no sean ni tan bellos ni tan buenos, quiero que sean humanos. Y tampoco me gusta que todas sean vírgenes inocentes de veinte años. Por eso incluyo amores de todas las edades, como en Renacer de los escombros con la pareja de Lita y el médico, que encantó a los lectores. Y mi próxima novela tiene protagonistas que pasan los cuarenta y no son atractivos físicamente».
En fin. Son mujeres, como sus protagonistas, que se han hecho a sí mismas, que no pensaron en convertirse en escritoras y que llegaron por ser admiradoras del género casi secretamente. Y, como tal, tienen con sus lectoras una suerte de romance perpetuo que respetan y cultivan.
Como Gloria Casañas, la fan de Gauchas Románticas, que pasó horas haciendo el aguante hasta que su autora preferida le firmara un ejemplar.
«El lector de novela romántica es apasionado, se compromete con la trama y los personajes, vive las historias de tal modo que se siente en consonancia con lo que ocurre. Y se encariñan con los personajes de ficción como si realmente existiesen, de ahí que me pidan a veces que vuelva sobre ellos para saber más de sus vidas, o bien que castigue a los que los han hecho padecer. A mí me encanta, porque significa que se han metido adentro de la historia olvidándose del mundo que los rodea. Yo también me olvido de todo mientras escribo».
Todo comenzó en los años cuarenta
Las pioneras en el género nacieron en el mundo anglosajón alrededor de los años 40 del siglo pasado y se consagraron como novelistas y millonarias. Julie Garwood, Linda Howard, Luisa Kleypas, Robin Schone, Diana Gabaldon o J. R. Ward son algunas de las pioneras de este fenómeno. Y ya no tuvo fronteras.
En los Estados Unidos el packaging fue perfeccionado hasta llegar a lo que vemos hoy: fotos sensuales que rozan el erotismo explícito, mujeres y hombres de diferentes razas entreverados en abrazos y demás.
Nora Roberts, una de las más traducidas al castellano, es de las autoras más leídas y tiene más de 51 libros escritos —una producción casi imposible de igualar—.
Pero la más famosa es Danielle Steel, que lleva vendidos más de seiscientos millones de ejemplares de sus libros en todo el mundo y ha logrado que varias de sus novelas hayan estado y estén en la lista de best seller de The New York Times durante más de 390 semanas consecutivas.
Al cierre de esta edición, Steel lleva cinco matrimonios en su haber y el récord de que 21 de sus libros han sido adaptados para la televisión.
En cuanto a los subgéneros del fenómeno romántico, todas los consultadas aseguran que el vampírico es el más taquillero a nivel mundial, seguido por el histórico romántico, con autoras como Sue Ellen Elfonder, con su serie escocesa y de caballeros medievales y la época de la Regencia, a comienzo del siglo XIX en Inglaterra.